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Editar a otros

Todo el mundo debería editar un libro en su vida.

No digo escribirlo, sino editar a otro. Porque escribir un libro y que te lo editen es un golpe de suerte para tu ego, pero editar un libro que no has escrito, es una batalla contra tu talento y tu posición en el mundo.

Desde que leí el manuscrito de Rosario Villajos supe que era mejor escritora que yo. Por eso quise editarla y, por eso, contesté su mail lo más rápido posible, mostrando un interés inusitado que hubiera hecho salir corriendo a cualquiera. Lo normal en el mundo editorial (no sé si también en la vida) es hacerse el interesante un rato largo, como si nos sobrara el tiempo a todos, con nuestro grado de inmortalidad bien presente.

Pero Rosario aceptó. Y aceptó publicar en una colección que aún ni existía, en una editorial con sede en León y dejándose aconsejar por un tio con menos impacto en redes que el botón de «voy a tener suerte» de Google.

Desde entonces hemos mantenido una comunicación abierta y continua que daría (si no lo hace) para otro libro aún más extenso que Ramona, pero, me temo, no menos amargo. Un libro que sin embargo, saldría con los mismos preceptos que este que os presento. Con la misma manera de trabajar. Y que a su vez daría para otro libro. Y así hasta conseguir hacerlo todo bien. Es decir: nunca.

Mi idea para Mrs. Danvers es tan sencilla como peligrosa, pues se trata de acompañar al autor en el proceso de edición, mostrándome sincero y cercano e intentando que mis inseguridades no se proyecten. No impregnar de incertidumbre ese camino. Con Rosario no creo que lo haya conseguido del todo.

Hoy, al abrir la primera caja de ejemplares, me he sentido en la cima del mundo, mamá. Es decir: como James Cagney en Al rojo vivo. Me he sentido el mejor editor del mundo. Al menos, el mejor editor para Ramona.

Quizá ese exceso de dopamina se deba a que absolutamente nada de la brillante edición de Ramona lleva mi firma y que todo el mérito es de Rosario y todos los errores que hayamos cometido en el camino son culpa mía.

Por supuesto, el vértice de este triángulo es Mr. Griffin que nos tuvo que sufrir a los dos en innumerables ocasiones y que, aunque ahora está en línea en Whatsapp, hace bien en silenciarnos. Un trabajo invisible el suyo, del que espero aprender aún más que de los propios autores que confíen en mí para sacar sus libros.

Porque sí, todo el mundo debería editar al menos una vez en su vida a otra persona.

Sentir alegría y orgullo por el trabajo de otro es lo más parecido a ser alguien bueno. Al menos es lo más parecido a querer ser alguien mejor.

Muchas gracias, Rosario Villajos, por habernos elegido.

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