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Lo que el viento se llevó

Mejores papeles y protagonistas femeninos en el cine: Fuera de concurso. Sandy (Grease, 1978) Si los críticos mas sesudos y celebrados pueden meter en sus listas a Star Trek, a Bruce Lee o a Los tres chiflados porque “marcaron sus vidas”, yo incluyo a Sandy en la mía porque también lo hizo. Hala. El papel no es gran cosa: la jovencita casta y tímida que accede a subirse a unos taconazos y a embutirse en fetichista cuero para amarrar al macho alfa (aunque todos sabemos que, una vez celebrado el matrimonio, no aportará a la vida erótica común ni un mísero liguero). Olivia cumple de sobras, con encanto y profesionalidad (y no tiene reparos en permitir, con tan buen ojo como elegancia, que Rizzo/Channing se la coma —a ella y al resto del reparto— con muchas patatas). Además, está guapísima y canta como los ángeles. No hay más preguntas, señoría. 12. Mrs. Robinson (El graduado, 1967) La primera MILF de la historia del cine tomó los angulosos y bronceados rasgos de una Anne Bancroft que aparece igual de convincente como sofisticada amante que como madre iracunda y vengadora. Señora Robinson: está usted intentando seducirme. 11. Maggie Pollitt (La gata sobre el tejado de cinc, 1958) Las expresiones animal cinematográfico, bigger than life o comerse la pantalla se crearon para definir a la gata de Elizabeth Taylor. Hablar de técnica interpretativa, de método o de cualquier otra monserga academicista es tan inútil como ponerse a contar los vagones del tren que te está pasando por encima. Apabullante. 10. Sara Woodruff /Anna (La mujer del teniente francés, 1981) Meryl Streep, a poco que tenga algo en lo que hincar el diente y un director que controle su tendencia al manierismo, es difícilmente superable. Este título, con su doble papel resuelto con maestría, es emblemático, pero también serviría su labor en Memorias de África (soberbia), El cazador (emocionante) o Enamorarse (impecable), entre otras. No me resisto a comentar una escena de este filme de Reisz que resume muchos aspectos de lo que es la interpretación cinematográfica (y de nuestra percepción de la misma). El caso: la película está narrada en dos niveles, el de época (de resultona estética prerrafaelita) y el contemporáneo, en el que se desenvuelve el equipo que rueda el, digamos, primer nivel. Streep y Irons son los dos protagonistas de la historia decimonónica; en un momento dado se encuentran ensayando en una terraza. Tienen bebidas en las manos, van vestidos de forma casual, hablan de banalidades, ríen... De repente, en cuestión de décimas de segundo, ambos, sin dejar sus ropas o sus peinados modernos pasan a transformarse en sus personajes de ficción. Es un instante mágico, perfecto, que impacta en el espectador por su perfecta técnica actoral. Pero el mayor asombro llega después (quizá mucho después) cuando nos alcanza, como una revelación, la verdad de la escena y su mayor mérito desde el punto de vista interpretativo: en el momento previo a ese efectivo instante, Streep y Irons también estaban actuando. 9. Gloria (¿Qué he hecho yo para merecer esto?, 1984) Había pensado dedicar este escalón a las “chicas Almodóvar” en su conjunto (Abril, Paredes, Forqué...) que han compuesto interpretaciones estupendas en un buen puñado de películas. Pero basta con expresar la intención, y resumir a todas ellas en esta Carmen Maura sobrenatural que reina sobre las tres películas (la alemana, la italiana y la madrileña) que realmente se incluyen en este filme del manchego. 8. The Bride (Kill Bill volúmenes 1 y 2, 2003 y 2004) Tarantino le brindó cinco horas de excesos sin interrupción a su musa y esta los exprimió al máximo. Ríe, llora, sangra, pelea, amputa miembros, dice palabrotas, muere y resucita un par de veces, y hasta sale de su propia tumba. Si se me pregunta por qué, curiosamente, no protagoniza ninguna escena de sexo, la respuesta es fácil: todas lo son. 7. Thelma (Thelma y Louise, 1991) Un teoría bizarra: Thelma quiere (aunque sea de forma un tanto inconsciente) acabar con todo desde el principio y planea la excursión con su amiga un poco al estilo del coronel Pacino de Esencia de mujer (¿acaso no mete la pistola en el equipaje?). Su satisfacción va creciendo al ver como sus planes se desarrollan en la dirección correcta, y solo tiene que empujar un poco de vez en cuando a la amargada Louise, que se empeña en aferrarse a la vida. Que esta peregrina disquisición pueda resultar mínimamente verosímil solo pone aún más en valor la extraordinaria mezcla de talento, intuición y carisma que derrocha Geena Davis en la película. Ridley Scott quiso asegurar el tiro y congeló el último fotograma, pero daba igual: aunque viésemos el coche estrellarse y arder, y sus cenizas volar hasta la Patagonia, Thelma seguiría igual de viva que cuando, apoyada en la ventanilla del Thunderbird, devoraba su último amanecer sintiéndose más despierta que nunca. 6. Matty Walker (Fuego en el cuerpo, 1983) Con ese cuerpo que no deberían permitirle llevar y su capacidad para hacer lo necesario, Kathleen Turner hizo que nos olvidásemos de los documentales de La 2, y dejáramos de una vez de compadecer al macho de la mantis religiosa: está claro que merece la pena. 5. Eliza Doolitle (My fair lady, 1964) Vale, ella no canta. Pero es que si —encima— cantase, ya no habría necesidad de hacer una lista como esta. 4. Tula (La tía Tula, 1964) Si esta película se hubiese realizado en un país del Primer Mundo, a Aurora Bautista le hubiesen dado el óscar a la salida del estreno. Desde el minuto uno es el personaje, hasta en el mínimo detalle. Y sin una brizna de demagogia o sobreactuación. Asombroso. 3. Catherine Sloper (La heredera, 1949) Durante las tres cuartas partes del metraje, asistimos a un excelente melodrama sobre la heredera ingenua y poco agraciada (no tan poco, en verdad: Ashley Wilkes la eligió por encima de una poderosa competencia), un padre tiránico y un apuesto cazafortunas. En su tramo final, el filme se dispara hasta el hiperespacio propulsado por unos diálogos monumentales y la escalofriante interpretación de Olivia de Havilland. “Se ha vuelto más codicioso durante estos años. Antes solo buscaba mi dinero; ahora quiere también mi amor. Ha venido al lugar equivocado, y lo ha hecho dos veces. Me encargaré de que no haya una tercera”. My God! 2. Sally Bowles (Cabaret, 1972) Sobrecargada, excesiva, histriónica, vulgar... Se pueden seguir acumulando adjetivos denigratorios hacia la Minnelli y su arrolladora y pasional exhibición, pero es como enviar a un crítico de arte a cubrir el huracán Katrina: da igual lo estupendo que se ponga que acabará (como todos los espectadores del filme) tirado por los suelos, aturdido y conmocionado. 1. Scarlett O’Hara (Lo que el viento se llevó, 1939) En una lista de este tipo, el suspense se acaba al llegar al número dos. El primer lugar no se ha movido en ochenta años y, si alguien se pone a la tarea durante los próximos siglos, tampoco podrá cambiar este final anunciado. Juzguemos la labor de Vivien Leigh en su conjunto o en detalle (técnica, dicción, carisma, belleza, adecuación, lo que se quiera), las tablillas del jurado mostrarán más dieces que en el concurso de mates del 87. El cine se inventó y se desarrolló con el único propósito de que nos sentásemos a ver las aventuras y desventuras de esa mala pécora que es la señorita Escarlata. Es aún más difícil (aunque parezca mentira, dado lo que se publicita la ausencia de grandes papeles para mujeres) hacer una selección de protagonistas femeninas. He dejado fuera fabulosas aportaciones de gente como Bette Davis (La carta, Jezabel), Katharine Hepburn (La costilla de Adán, El león en invierno), Emma Thompson (Lo que queda del día), Nicole Kidman (Dogville —sí, ¿qué pasa?—), Louise Fletcher (Alguien voló sobre el nido del cuco), Juliette Binoche (Tres colores: Azul) o Gwyneth Paltrow (Shakespeare in Love). Y Deborah Kerr, Michelle Pfeiffer, Gloria Grahame, Diane Keaton, Faye Dunaway, Debra Winger...

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